No lo termino de entender.

Cada dos semanas, se celebra partido de fútbol sala en el pabellón siglo XXI y se ven cosas que se podría clamar al cielo.
Por seguridad, en la entrada te registran, miran la mochila que puedes llevar, palpan tu bocadillo, te lo soban, lo aprietan y consiguen espachurrar el queso fundido por los lados de tu esperada cena. Y en el momento de que te localizan una botella de agua o refresco, zaassss, adiós al tapón. Esto es por que así no tiras el líquido elemento dentro de su envase al terreno de juego y puedas dañar a algún jugador o personal de pista. Que si nos ponemos estrictos, un sábado por la mañana en cualquier pabellón que juegan escolares, habría que poner seguridad, ya que se pueden entrar botellas, latas, bocadillos y un camping gas para hacer huevos fritos. ¿O es que la cabeza de un jugador profesional vale más que la de un niño?
A lo que voy, entrar en el siglo XXI y hacer fila justo detrás de la hinchada contraria, sus bombos, sus bufandas y lo que me llamó la atención, una bolsa de Ikea, de las azules, esas grandotas llenas de bocinas, si si, podría haber entre cincuenta y cien, y alucinando le pregunta el guardia de seguridad, – ¿y esto?
– Bocinas- contestó impasible el mozo.
– Anda pasa- Le dice el segurata mirando para otro lado.
Alucinante.
Así que esas cosas no las termino de entender. Luego, veo en un telediario que en el campo de la Real Sociedad, los aficionados rusos del Zenit, habían metido cajas de bengalas que causaron pánico e incertidumbre en los hinchas del equipo local.
Que hay que prevenir, no digo que no, energúmenos haberlos los hay en muchos sitios, pero que no se puede hacer la vista gorda.

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